lunes, 26 de octubre de 2009

A Una Madre



Ayer te vi que golpeabas el cuerpo de tu hija.
Fue un mal momento tuyo; yo lo comprendo. En seguida te arrepentiste. Pasaron horas
y no podías olvidar aquella tierna carne estrujada
por tus manos. No te pareció, al
dormirte, que la niña te miraba y te preguntaba con sus ojos como, habiéndole dado la
vida, se la robabas así ?
Me has dicho que tu hija es mala y que si no la corriges será peor.
Ella no hace nada que no aprenda de ti, de tu marido o de otras personas. No es posible
que una niña sea tan sabia y tan santa para discernir entre el bien y el malo, y no hacer lo
malo jamás!
Si es violento, de quién copia la violencia?
si miente, a quién oyó mentir? Si es nerviosa, como podremos exigirle que establezca
por sí misma el equilíbrio de su organismo?
No has visto que los caballos tratados con rigor son los más díscolos y enflaquecen y
mueren antes del tiempo? No sabes que los niños flagelados juntan odio y cuando llegan
a hombres este odio perdura en su corazón y devora su bondad y su alegría?
Sé dulce con tu hija, madrecita. Sonríe y bésala cuando menos buena parezca.
Quizá la visión de acciones incorrectas, los gritos y los castigos han trastornado su
naturaleza.
Pero se curará con su ternura. Convencela de que es buena, y con tus caricias y
palabras ayúdala, madrecita, para que comprenda el bien, para que su corazón se dulcifique
y su mirada sea franca y luminosa...


(El Erial)

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